Ya lo habíamos discutido con anterioridad: África es uno de los gigantes de la cannabis de todo el globo; y Marruecos, uno de sus principales destinos de turismo en esta materia. Este país está considerado como un verdadero epicentro de producción cannábica, y, sobre todo, de uno de sus derivados más potentes: el hachís.
De acuerdo con el Reporte de Drogas Plantadas más reciente de la oficina de Crimen y Drogas de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), Marruecos está considerado como el productor y exportador de este producto número uno, entre sus países miembros.
Entre el 2010 y el 2015, el 26% de todo el hachís incautado a nivel mundial, procedía precisamente de Marruecos: unas 110 toneladas; y en 2015, las más grandes incautaciones, a nivel global, de esta resina, sucedieron en España y Paquistán: los dos países principales en las exportaciones marroquíes de hachís. Su penetración en Europa también alcanza a Francia, Italia, y Holanda.
Tanto el reporte arriba citado, como datos oficiales de la Europol, estiman que la gran mayoría del hachís que circula en Europa es de Marruecos: después de Pakistán, es el segundo productor en todo el mundo de este producto; su mercado sostiene a unos 800,000 africanos, y genera de forma anual unos USD$10,000 millones, de acuerdo a un informe de Bloomberg.
Pese a la potencia de su mercado, y a la pujanza de otros países africanos en la apertura de la industria de esta planta, como Lesotho, por ejemplo; la postura oficial marroquí al respecto del uso, cultivo y producción de cannabis es de tolerancia cero, y de una desestimación completa a una posible regulación o despenalización.
“Marruecos está totalmente en contra de la legalización de la marihuana”, dijo Omar Hilale, el embajador marroquí para la ONU, “estamos comprometidos con las legislaciones y las convenciones de la ONU: tenemos una tolerancia cero; está completamente prohibido, y quien quiera que sea descubierto cultivando, produciendo, vendiendo o usando la marihuana es un criminal y se va a la cárcel”.
La severa postura del embajador no ha detenido la tolerancia cultural que se vive en Marruecos: la gente puede consumir marihuana o hachís en su casa sin correr riesgos mayores; incluso, en 2014, el parlamento marroquí discutió una legislación para volver legal el uso médico e industrial de la cannabis, por una propuesta del legislador Ilyas El Omari. Aunque la propuesta fue rechazada, y Omari tuvo que renunciar a su puesto, su iniciativa sentó un importante precedente.
Este importante papel que juega Marruecos en la producción global del hachís, que ha mantenido por décadas, es quizá lo que atrae a turistas de todo el mundo: dos décadas atrás, se podía tomar un ferry, de Portugal a Marruecos, por un dólar, y visitar las granjas cannábicas de este país, y fumar libremente. Era un paseo acostumbrado por los turistas y curiosos europeos y de todo el mundo.
El día de hoy, aunque los ferries cuestan más, la costumbre sigue: pequeños traficantes o guías turísticos sin licencia pueblan los puertos cercanos a Marruecos, ofreciendo, por unos USD$18, un paseo para conocer las granjas de cannabis y la cultura de los “kifficulteurs”, los conocedores y hacedores del hachís, de Chefchaouen, un pequeño pueblo en la parte más norte del país; famoso por sus paredes y callejones azules.
Las enormes plantas pueden verse desde kilómetros, y ahí cultivan sus más fuertes variedades: mexicanas, pakistaníes, algunas importadas, y desde luego las endémicas y locales. Los turistas se pasean por los plantíos sacando fotografías como si estuvieran en una plantación de caña en Jamaica. Se estima que este mercado turístico, alrededor de la siembra y producción de la cannabis, sostiene a unas 100,00 familias.
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