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Tanto el reporte arriba citado, como datos oficiales de la Europol, estiman que la gran mayoría del hachís que circula en Europa es de Marruecos: después de Pakistán, es el segundo productor en todo el mundo de este producto; su mercado sostiene a unos 800,000 africanos, y genera de forma anual unos USD$10,000 millones, de acuerdo a un informe de Bloomberg.
Pese a la potencia de su mercado, y a la pujanza de otros países africanos en la apertura de la industria de esta planta, como Lesotho, por ejemplo; la postura oficial marroquí al respecto del uso, cultivo y producción de cannabis es de tolerancia cero, y de una desestimación completa a una posible regulación o despenalización.
“Marruecos está totalmente en contra de la legalización de la marihuana”, dijo Omar Hilale, el embajador marroquí para la ONU, “estamos comprometidos con las legislaciones y las convenciones de la ONU: tenemos una tolerancia cero; está completamente prohibido, y quien quiera que sea descubierto cultivando, produciendo, vendiendo o usando la marihuana es un criminal y se va a la cárcel”.
La severa postura del embajador no ha detenido la tolerancia cultural que se vive en Marruecos: la gente puede consumir marihuana o hachís en su casa sin correr riesgos mayores; incluso, en 2014, el parlamento marroquí discutió una legislación para volver legal el uso médico e industrial de la cannabis, por una propuesta del legislador Ilyas El Omari. Aunque la propuesta fue rechazada, y Omari tuvo que renunciar a su puesto, su iniciativa sentó un importante precedente.
Este importante papel que juega Marruecos en la producción global del hachís, que ha mantenido por décadas, es quizá lo que atrae a turistas de todo el mundo: dos décadas atrás, se podía tomar un ferry, de Portugal a Marruecos, por un dólar, y visitar las granjas cannábicas de este país, y fumar libremente. Era un paseo acostumbrado por los turistas y curiosos europeos y de todo el mundo.
https://twitter.com/WomenofCannabiz/status/943641424158953472
El día de hoy, aunque los ferries cuestan más, la costumbre sigue: pequeños traficantes o guías turísticos sin licencia pueblan los puertos cercanos a Marruecos, ofreciendo, por unos USD$18, un paseo para conocer las granjas de cannabis y la cultura de los “kifficulteurs”, los conocedores y hacedores del hachís, de Chefchaouen, un pequeño pueblo en la parte más norte del país; famoso por sus paredes y callejones azules.
Las enormes plantas pueden verse desde kilómetros, y ahí cultivan sus más fuertes variedades: mexicanas, pakistaníes, algunas importadas, y desde luego las endémicas y locales. Los turistas se pasean por los plantíos sacando fotografías como si estuvieran en una plantación de caña en Jamaica. Se estima que este mercado turístico, alrededor de la siembra y producción de la cannabis, sostiene a unas 100,00 familias.
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