Armenia ama la marihuana, pero no quiere cultivarla, pues desde la década de los noventa, la sociedad armenia se niega a regular la planta, pese a que existen decenas de consumidores y un gran potencial de negocio.
El amor por el cáñamo y por la marihuana comenzó en la década de los treinta, cuando el gobierno cedió 680 000 hectáreas a los agricultores interesados en cultivar cáñamo. Para aquel momento, Armenia concentró 80 % del total del cáñamo cultivado en todo el mundo.
Años después, durante la ocupación soviética, Armenia se convirtió en cultivador de cáñamo a escalas industriales; sin embargo, la época actual trajo para el cultivo de cáñamo y para la marihuana una era de prohibiciones.
Armenia: un país que ama la marihuana
El gobierno de Armén Sarkissian cerró todas las posibilidades del cultivo legal de cáñamo y de marihuana, pese a que la planta crece sin restricción por todo el territorio armenio, especialmente en verano.
Los consumidores de cannabis tienen la oportunidad de encontrar la planta a su paso e, incluso, también el cáñamo, que sirve para fines industriales, pero no pueden utilizarla, consumirla o cultivarla libremente.
La mayoría de los armenios han transcurrido su existencia alrededor de plantas de marihuana y de cáñamo, pero no saben diferenciarlas ni mucho menos obtener beneficios económicos por su cultivo.
De ahí la contradicción, pues Armenia se exhibe en contra de la legalización del cannabis, aunque deja claro que los empresarios cannábicos están volteando a ver al país europeo, por lo que es prudente una regulación.
Armenia no quiere al cannabis ni al cañamo
Tal es el caso del empresario Ruben Mkrtchyan, quien fue defraudado por el gobierno armenio por un total de 50 millones de dólares tras intentar hacer un negocio con cáñamo.
Mkrtchyan es el creador de la firma Armerika, cuyo objetivo era explotar los cultivos de cáñamo armenio en escala industrial. La empresa de Mkrtchyan operaba con un consentimiento verbal de la oficina de Tigran Avinyan, viceprimer ministro de Armenia. Además, pagaba 3000 euros mensuales por seguridad policial y por las obligaciones fiscales para sus plantaciones.
El cannabis cultivado no tenía propiedades psicoactivas ni tampoco medicinales, pues se trataba de cáñamo, cuyo uso se enfoca en satisfacer las necesidades de las industrias textil, cosmética y culinaria.
Amar y castigar a la marihuana
Sin embargo, en agosto de 2019, el gobierno de Sarkissian dio un giro a la concesión verbal con la que operaba Armerika, al destruir todos sus cultivos de cáñamo, lo que representó la perdida de 170 000 dólares. La explicación fue que el cannabis era ilegal en Armenia.
Mkrtchyan se defendió mediante la publicación de la correspondencia con la oficina de Avinyan, el contrato con la policía y una serie de documentos que testificaban que su plan de negocios era bien conocido por las autoridades armenias.
Incluso medios locales afirman que la policía evita meter en prisión a los consumidores recreativos porque las penas no alcanzan un castigo severo, pues los consumidores se hacen acreedores de una pequeña multa.
Respecto a los consumidores, las estimaciones oficiales destacan que la gran mayoría son jóvenes, quienes cultivan marihuana en su casa o van de visita a Georgia los fines de semana, país donde es legal el cannabis.
En tanto, para la marihuana medicinal, el Ministerio de Salud no se ha pronunciado ni a favor ni en contra de la planta, mientras que la comunidad médica en Armenia, un país que ama la marihuana, solo se mantiene al tanto de investigaciones internacionales.
Con información de Lamarihuana-org y Cannaconection
Foto: Allison Christine / Unsplash
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